Metáforas en Psicología: El Iceberg Emocional

Somos como un Iceberg de Emociones

El uso de metáforas es una herramienta muy interesante para comprender aspectos que no llegamos a entender desde el razonamiento o el pensamiento.

En nuestra consulta las utilizamos habitualmente. Vamos a explicar algunas razones por las que son muy beneficiosas:

  • Es un tipo de lenguaje que fomenta la imaginación, la visualización, que alcanza niveles mentales más profundos de los que se alcanza a través del pensamiento o la cognición. Las metáforas son formas de explicar situaciones, problemas, emociones de forma sencilla, con ejemplos cotidianos que hacen que conectemos mejor (con mayor introspección) con nosotros mismos, con nuestro propio sufrimiento o esa emoción que nos invade.
    Si lo explicamos a través de la razón, tratando de encontrar una causa, estamos fomentando la parte cognitiva, el razonamiento lógico. Y la gran parte de los problemas que tenemos las personas tienen mucho más que ver con cómo lo vivimos que con qué ha sucedido. Esto es, cómo nos está afectando, cómo nos hace sentir, cómo nos invalida o incapacita, más que con el hecho en sí, lo sucedido o acontecido. Es importante por tanto conectar más con la emoción y menos con la razón. Y la metáfora va directa a la emoción.
  • Asimismo, hay personas que tienen una mayor capacidad de introspección que otras. En nuestra consulta lo observamos diariamente: cuando algo nos produce mucho dolor, la mente tiende a poner unas barreras defensivas para que no nos duela tanto, lo que los terapeutas llamamos «resistencias». Por eso el uso de metáforas viene muy bien para aquellos a los que les cuesta más conectar consigo mismos, aquellos cuyas defensas son muy resistentes. Es una manera de llegar a ese estado mental y traspasar esas barreras utilizando ejemplos, comparativas, metáforas, que expliquen el sufrimiento de la persona sin generar tanta angustia como si lo soltáramos a bocajarro.
    De la misma manera, hay personas que se manejan bien en la parte racional, que prefieren utilizar otros recursos para conocerse mejor, como por ejemplo la escritura o las conocidas check-list o listas de tareas. Son buenas herramientas dependiendo del momento y de la personalidad de cada uno. Sin embargo, teniendo en cuenta que el 95% de lo que hay en nuestra mente es inconsciente, no lo conocemos, y sólo el 5% es consciente, parece una buena opción el uso de metáforas.

Vamos a poner un par de ejemplos para comprender mejor su utilidad y poder:

1) La primera de ellas es una de las que hemos leído y escuchado en muchas ocasiones y viene a colación de lo comentado anteriormente: la existencia del inconsciente en nuestra mente.
La hemos rescatado del libro «El inconsciente explicado a mi nieto» de Élisabeth Roudinesco, aunque le hemos dado nuestro toque personal.

Imagina un iceberg: un bloque de hielo en medio del mar, puntiagudo, erosionado. Una mitad está sumergida en lo profundo del océano, mientras que la otra aflora por encima del mar, por la superficie del agua. Ambas mitades conforman el iceberg, sin embargo, la parte invisible es más importante que la parte visible. La mitad inferior, la que está sumergida bajo el agua, es la que sujeta a la mitad superior. La mitad inferior es también más peligrosa, puesto que está oculta, no se ve. Todos los marinos y marineros lo saben, saben que hay mucho más de lo que se ve.

Esto es el inconsciente: esa parte oculta, que sabemos que existe pero que no conocemos, no vemos y, sin embargo, está llena de formaciones, grietas, zonas afiladas y otras más redondeadas. 

El trabajo de la terapia consiste muchas veces en descubrir la mitad sumergida del iceberg, un trabajo arduo y a veces largo en el tiempo.

2) Otra metáfora rescatada del libro «Florecer» de Paola Cosgaya nos habla del Sol (también con nuestro tinte personal en el relato).

Imagínate a ti mismo sin luz, apagado o apagada, un mundo en el que no hay luz interna, no ves tus cualidades ni tus logros, no consigues apreciarte ni valorarte. ¿Cómo sería vivir en un mundo así? ¿Qué podrías hacer? Seguramente se te ocurra decir que una solución sería que alguien de fuera te ilumine el camino, te aporte luz. Es cierto que una ayuda externa nos vendría muy bien en momentos de desamparo. Sin embargo, ¿no crees que una luz que provenga de fuera es impredecible? Podría no estar siempre que la necesitemos, o podría iluminar de forma tenue sin llegar a servirnos para vislumbrar el camino. Unas palabras afectuosas de nuestra pareja, una llamada de un amigo, un reconocimiento laboral… nos viene muy bien y todos lo necesitamos. Sin embargo, puede que estén a mano o vengan una vez y no vuelvan. ¿Cómo conseguir que nuestra oscuridad desaparezca? Encendiendo nuestra propia luz, nuestra luz interior, aprender a cuidarnos, a decirnos palabras bonitas, a permitirnos sentir, a comprendernos y no juzgarnos. Una estrella fugaz ilumina el cielo por unos segundos, pero se desvanece y deja de ser útil. Sin embargo, ser nuestro propio Sol es la mejor manera de alejar la oscuridad de nosotros mismos. 

El Sol es la autoestima, la autoconfianza. La autoestima no es innata, no nacemos con ella, la adquirimos en los primeros años de vida, fruto de nuestras experiencias y relaciones. Y tampoco es estática, si no dinámica, cambia a lo largo del ciclo vital. Por tanto, se puede llegar a entrenar. No significa esto que vayamos a conseguir ser personas absolutamente distintas, pero sí podemos aprender a querernos y a valorarnos más.

En ocasiones no podemos hacerlo solos, necesitamos apoyos, bengalas, estrellas fugaces, y la psicoterapia es eso, una luz externa en el camino para lograr encender el Sol interior.

Abrir chat
Hola
¿En qué podemos ayudarte?